lunes, 23 de octubre de 2017

El espacio, ese tercer profe que no acaba de funcionar (por ahora)

Llevo algunos años insistiendo en mi Centro en la necesidad de replantearnos los espacios, después de que curso tras curso haya quejas en cuanto a los problemas de las instalaciones, "siempre insuficientes". 
Mi Centro es un edificio enorme, con escaleras abiertas en su interior y pasillos que no merecen ese nombre, sino más bien el de atolladeros por lo estrecho y el número de criaturas que se acumulan en ellos entre clase y clase, deseosas de salir del aula ¿Os suena?
Cuando llegué, en definición de un alumno, el color predominante era el "marrón caca y el verde monotonía", pero hubo un punto de inflexión y se optó por tonos vibrantes y contrastados: naranjas, azules, verde manzana que le dieron otro aire. A finales del curso pasado, por decreto, se decidió "unificar" y se empezaron a pintar las paredes de los pasillos en gris y blanco; eso, junto a la persistencia de algunas puertas verdes y la luz de los fluorescentes ha propiciado un ambiente que poco tiene que envidiar a los más rancios edificios franquistas. Da grima.
Si a esto se le suma el rígido concepto de grupo-clase con su aula correspondiente, se obtiene un esquema tipo bloque que desperdicia recursos y no mejora ni la convivencia ni la limpieza, a pesar de los argumentos esgrimidos en contra.
Este curso, por primera vez, estoy con un grupo de chicas que cursan PMAR II en 3º de ESO; las clases de los ámbitos de este programa se imparten en un aula pequeña, con un enorme ventanal por el que se ven unos árboles magníficos pero por el que entra el solazo inclemente del Sur. El mobiliario se surte de las consabidas mesas individuales con sus correspondientes sillas, del año la polka, tres muebles con estanterias, un mueble metálico oxidado, una pizarra verde, una pantalla de proyección sobre ella y un tono verde oscuro en la parte inferior del aula que deprime. 
Sin embargo, el espacio como tal tiene muchísimo potencial para convertirse en un lugar acogedor y estimulante.
Hemos conseguido que retiren el mobiliario sobrante (lo que completaba el cuadro eran las cornamentas de las sillas puestas boca abajo sobre las mesas no utilizadas), que traigan un par de mesas grandes y poco más. No hay forma de quitarse de encima el mueble metálico, que hunde en la miseria a cualquiera que lo mire y que al menos ya hemos retirado de su lugar, porque en el hueco que ocupaba pensamos instalar un rincón de lectura y conversación, con las paredes forradas gracias a las jarapas que nos han traído algunas profesoras, unos cojines que se han comprado y que debe completarse con una alfombra que se adquirirá cuando pueda colocarse. Hasta hemos "tuneado" el triste y ajado tablón de anuncios forrándolo con cartulina roja, pero parece uno de los trabajos de Hércules conseguir unas cortinas que tamicen la luz y el calor (realmente insoportable durante la mayor parte de la mañana), que se lleven el dichoso mueble y la pizarra verde con sus tizas polvorientas.
La idea es convertir ese aula, cuyo techo abuhardillado promete mucho, en un espacio diferente, personalizado, múltiple, en el que se puedan desarrollar actividades variadas, desde las puramente individuales (el rincón con mesas individuales cerca de regletas a las que conectar los ultraportátiles), a las que giran necesariamente en torno al trabajo cooperativo: una mesa grande para sentarse a discutir, planificar, investigar, obtener información, elaborar, etc, y un espacio común para exponer, con una pizarra blanca portátil que podamos colocar en el sitio que nos interese según el caso.
Este es el reto que estamos asumiendo, y que hemos sacado de la propia aula para llevarlo a otros entornos y materias: Tecnología, Dibujo... El grupo, pequeño y cohesionado, se organiza en varias coordinaciones que llevan por parejas: material, TIC, mobiliario y decoración, y la Coordinación general. Ahora son ellas quienes van a diseñar ese espacio, teniendo en cuenta las premisas expuestas, para conseguir que el PMAR también sea "De Otra Manera". Sus propuestas serán las que se discutirán para llegar a un acuerdo que permita transformar ese espacio, con sus limitaciones y sus posibilidades, en otro que realmente desempeñe ese papel de tercer profe del que habla Malaguzzi. 

Entre la realidad y el deseo

Aunque sea relativamente reciente la discusión acerca del desajuste entre los sistemas educativos y la realidad de la sociedad en la que vivimos, quienes hemos tenido que enfrentarnos a un proceso selectivo tipo oposiciones, somos conscientes de que viene de lejos ¿qué sentido tienen esos temarios mamotréticos e inconexos con la realidad de lo que necesita saber el alumnado? ¿qué se esta "dando" en las aulas y, sobre todo, de qué manera? Las opciones oficiales que se plantean desde la normativa, ya sea del gobierno central o el autonómico tampoco aclaran mucho el asunto, ya que además de sus contradicciones internas, no aportan medios para que el profesorado pueda formarse en una línea más acorde a lo que demandan los tiempos, sobre todo en las últimas décadas, en las que afortunadamente se han multiplicado las formas de aprendizaje, los lugares donde encontrar información, los foros de encuentro e intercambio de experiencias... 
El concepto de centro educativo está a años luz de lo deseable: aulas del siglo XIX con profesorado del XX y alumnado del XXI... Mala combinación que pide a gritos que se replantee desde la base. Los espacios educativos (no me refiero a escuelas, institutos y otros centros de enseñanza) actuales, con diferente grado de relevancia, son multiformes, dinámicos y muuuy variados aunque destaca entre ellos la realidad virtual que sirve de lugar de encuentro casi permanente, pero quizá uno de los principales problemas es quienes aprenden (aprendemos) en ellos a veces no somos conscientes de ese proceso de aprendizaje inherente al ser humano.
Pensar en los espacios educativos tradicionales desde otra perspectiva podría ser un magnífico comienzo para replantear el aprendizaje en sí mismo: aulas que no sean sitios hostiles y esencialmente poco estéticos, sino lugares cambiantes y con los elementos necesarios  que permitan la realización de actividades diversas, que faciliten el encuentro, que rompan la obsoleta distribución unidireccional que marca un determinado tipo de enseñanza... un lugar al que sea deseable volver cada día, en el que las paredes no sean muros: espacios abiertos y gestionados desde un profundo y real sentido de la democracia, en el que toda la comunidad educativa tenga cabida.